domingo, 31 de mayo de 2015

SOY LÁZARO

Ya que escribe usted preguntándome por lo ocurrido, sepa usted que yo soy Lázaro. Desconozco a la mujer que me engendró,la identidad de mi padre y el lugar en que nací.
 Mi verdadera vida comenzó aquel día, un 23 de Febrero del 2000, con 10 años. La primera imagen que recuerdo es una habitación con las paredes de madera corroída, tuberías oxidadas y una familia de ratones correteando en frente de la esquina sobre la que estaba apoyado. Entendí que esa era mi casa, mi hogar, por llamarlo de alguna manera. Permanecí ahí durante 5 años. Cinco años en los que el invierno te dejaba los pulmones moribundos y veranos en los que ni el agua helada acababa con el calor de ese cochambroso piso. Las peleas, los gritos y las palizas estaban a la orden del día. No recuerdo haber comido nunca con mi familia de acogida, pues, con suerte, comía lo que me iban dejando. En esta época aprendí que estaba solo, que no podía confiar en nadie y que debía espabilar si quería ser alguien de provecho. Cuando entendí  cual iba a ser mi destino, me fugué de ese lugar llevándome todo lo que encontré en la casa que podía serme útil.  Dudo que a la familia le importase porque todavía nadie ha venido a por mí. 
Tras la huida ocupé una casa que veía todos los días, y que parecía vacía, pero no era así. Rompí la cerradura y entré, aparentemente no había nadie y como era más de medianoche, coloqué las cosas que había robado del otro piso y me acosté en el suelo. Cuando el sol asomaba, alguien me dio una patada en la cara, rompiéndome la nariz. Tras el golpe me incorporé y vi como la puerta se cerraba de un portazo y todas mis escasas pertenencias habían desaparecido. Pensé en volver al piso de acogida pero sólo pensar en la paliza que iba a recibir, me hizo recapacitar y salir de ese lugar para encontrar otro hogar. Continué con la rutina diaria de los robos que adquirí para conseguir comida cuando estaba con mi familia de acogida, la continué para poder subsistir. A veces, si me pillaban recibía un par de bofetones, pero poco a poco, mejorando la técnica o conociendo los escondites, el riesgo a que me pillasen disminuía.
Durante cuatro años viví al día, dormí en lugares como bancos, puentes o parques, y sobreviví por mí mismo sin la ayuda de nadie. Fue así hasta que un invierno, la suerte me abandonó, y unos encapuchados me destrozaron a golpes por mi color de piel. Estaba sangrando, con varios huesos rotos, y casi inconsciente cuando una buena mujer, me rescató y me llevó a su casa. Era un lugar cálido y acogedor. Esa mujer que se apiadó de mí se llamaba, Athenea. Era una médica adinerada y bien posicionada en la sociedad madrileña. A ella se lo debo todo. Me devolvió la vida y después de esto me acogió como a un hijo, me enseñó modales, a escribir, a leer y a vivir honradamente. Pero detrás de esa fachada bondadosa, Athenea cargaba en silencio con un gran sufrimiento. Todos los días,al acostarme, oía cómo su marido llegaba a casa borracho y tras los primeros gritos, sentíatodos los golpes que éste le daba a mi salvadora. Todas las noches ocurría lo mismo y Athenea  intentaba ocultarlo tras una falsa sonrisa. Pero una noche, en medio de la pelea los golpes cesaron y tras ellos vino el llanto del maldito borracho. Abrí la puerta y vi a Athenea tirada y rodeada de un charco de sangre. 
Cogí mis cosas y me fui, no volví a saber nada de ella. Mientras bajaba las escaleras sentí un dolor en el pecho que no había sentido nunca y tras él comencé a llorar y no pude parar en días. Este hecho me marcó de por vida, más que el hambre o los golpes físicos. Gracias a ella encaucé mi vida, conseguí dejar todos los vicios que la mala vida callejera me había traído y busqué un empleo para convertirme en la persona que Athenea hubiera querido que fuese.
Tras conseguir mi trabajo actual en Correos, he conseguido la estabilidad que buscaba, aunque esto requiera tener que ver al maldito borracho todos los días, y aunque tenga que cumplir sus órdenes.
 Un saludo, Lázaro.

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