Ya que escribe
usted preguntándome por lo ocurrido, sepa usted que yo soy Lázaro. Desconozco a
la mujer que me engendró,la identidad de mi padre y el lugar en que nací.
Mi verdadera
vida comenzó aquel día, un 23 de Febrero del 2000, con 10 años. La primera
imagen que recuerdo es una habitación con las paredes de madera corroída,
tuberías oxidadas y una familia de ratones correteando en frente de la esquina
sobre la que estaba apoyado. Entendí que esa era mi casa, mi hogar, por
llamarlo de alguna manera. Permanecí ahí durante 5 años. Cinco años en los que
el invierno te dejaba los pulmones moribundos y veranos en los que ni el agua
helada acababa con el calor de ese cochambroso piso. Las peleas, los gritos y
las palizas estaban a la orden del día. No recuerdo haber comido nunca con mi
familia de acogida, pues, con suerte, comía lo que me iban dejando. En esta
época aprendí que estaba solo, que no podía confiar en nadie y que debía espabilar
si quería ser alguien de provecho. Cuando entendí cual iba a
ser mi destino, me fugué de ese lugar llevándome todo lo que encontré en la casa
que podía serme útil. Dudo que a la familia le importase porque todavía
nadie ha venido a por mí.
Tras la huida
ocupé una casa que veía todos los días, y que parecía vacía, pero no era así.
Rompí la cerradura y entré, aparentemente no había nadie y como era más de
medianoche, coloqué las cosas que había robado del otro piso y me acosté en el
suelo. Cuando el sol asomaba, alguien me dio una patada en la cara, rompiéndome
la nariz. Tras el golpe me incorporé y vi como la puerta se cerraba de un portazo
y todas mis escasas pertenencias habían desaparecido. Pensé en volver al piso de acogida pero sólo pensar en la paliza que iba a recibir, me hizo recapacitar y salir de
ese lugar para encontrar otro hogar. Continué con la rutina diaria de los robos
que adquirí para conseguir comida cuando estaba con mi familia de acogida, la
continué para poder subsistir. A veces, si me pillaban recibía un par de
bofetones, pero poco a poco, mejorando la técnica o conociendo los escondites,
el riesgo a que me pillasen disminuía.
Durante cuatro
años viví al día, dormí en lugares como bancos, puentes o parques, y sobreviví
por mí mismo sin la ayuda de nadie. Fue así hasta que un invierno, la suerte me
abandonó, y unos encapuchados me destrozaron a golpes por mi color de piel.
Estaba sangrando, con varios huesos rotos, y casi inconsciente cuando una buena
mujer, me rescató y me llevó a su casa. Era un lugar cálido y acogedor. Esa
mujer que se apiadó de mí se llamaba, Athenea. Era una médica adinerada y bien
posicionada en la sociedad madrileña. A ella se lo debo todo. Me devolvió la
vida y después de esto me acogió como a un hijo, me enseñó modales, a escribir,
a leer y a vivir honradamente. Pero detrás de esa fachada bondadosa, Athenea cargaba
en silencio con un gran sufrimiento. Todos los días,al acostarme, oía cómo su marido llegaba a casa borracho y
tras los primeros gritos, sentíatodos los golpes que éste le daba a mi salvadora.
Todas las noches ocurría lo mismo y Athenea intentaba ocultarlo tras una
falsa sonrisa. Pero una noche, en medio de la pelea los golpes cesaron y tras
ellos vino el llanto del maldito borracho. Abrí la puerta y vi a Athenea tirada
y rodeada de un charco de sangre.
Cogí mis cosas y me fui, no volví a saber nada de ella. Mientras bajaba las escaleras sentí un dolor en el pecho que no había sentido nunca y tras él comencé a llorar y no pude parar en días. Este hecho me marcó de por vida, más que el hambre o los golpes físicos. Gracias a ella encaucé mi vida, conseguí dejar todos los vicios que la mala vida callejera me había traído y busqué un empleo para convertirme en la persona que Athenea hubiera querido que fuese.
Cogí mis cosas y me fui, no volví a saber nada de ella. Mientras bajaba las escaleras sentí un dolor en el pecho que no había sentido nunca y tras él comencé a llorar y no pude parar en días. Este hecho me marcó de por vida, más que el hambre o los golpes físicos. Gracias a ella encaucé mi vida, conseguí dejar todos los vicios que la mala vida callejera me había traído y busqué un empleo para convertirme en la persona que Athenea hubiera querido que fuese.
Tras conseguir
mi trabajo actual en Correos, he conseguido la estabilidad que buscaba, aunque
esto requiera tener que ver al maldito borracho todos los días, y aunque
tenga que cumplir sus órdenes.